sábado, 12 de abril de 2014

Pollos porque sí. Sobre Piel de gallina, de Claudio Maldonado

Reseña, por Yosa Vidal

Hace un par de semanas fui a un café literario organizado por la Municipalidad de Santiago y algunos entusiastas profesores del Liceo 4 de mujeres, ubicado en calle Matucana. Profesores, funcionarios, alumnas del liceo y otros chicos de instituciones vecinas leyeron poemas y cuentos, cantaron, bailaron, invitaron a escritores y profesores, en un festejo cultural un poco largo pero muy entusiasta. Incluyeron, por ejemplo, un emotivo homenaje a Marta Ugarte, la profesora asesinada por la DINA el año 76, realizado por las propias alumnas, una acto verdaderamente emotivo; y todo esto con discursos que fomentaban la lectura y la escritura en los jóvenes, porque la literatura es necesaria, porque sirve para ser mejor persona, más inteligente, para crear y habitar mundos, entre otros muchos beneficios y ahí estaba yo, aportando con este tipo de argumentos. Entiendo el contexto y el propósito de la actividad, pero me es inevitable una sensación incómoda cuando se entiende a la literatura, no exclusiva pero sí principalmente en términos instrumentales. Me dieron ganas de decir: escribo y leo porque sí, porque se me da la gana, para equivocarme, perder el tiempo, para matarlo, leo y escribo por nada, sólo por el placer, de hecho ojalá la literatura haga un poquito mal y que siga no sirviendo de nada.
Y en esto me sentí acompañada por Piel de gallina, la primera novela de Claudio Maldonado, donde lo inesperado, la fantasía, el absurdo, cosas tan en desuso por estos días, o confinadas casi exclusivamente a la literatura infantil, aparecían con brillos nuevos. Qué gusto encontrarse con el absurdo porque sí, sobre todo cuando está bien articulado, con una escritura capaz de montar elementos diversos y permitir que ahí, en el encuentro, aparezcan imágenes, sin estar estas subordinadas a un fin pedagógico.
Y es que la novela comienza en un delirio irreversible que pareciera no permitir una actitud interpretativa del tipo “quequerrádecirconestoyconestootro”.
Lizardo, un profesor de escuela pública, se escapa de un lugar tan universal como chileno para perderse en un terreno indeterminado, un acá regido por leyes completamente arbitrarias. El tipo es un profesor obediente, ingenuo, patético, que quiere a toda costa dejar de trabajar y que, aunque está geográficamente perdido y abandonado, se le presenta la posibilidad de su jubilación soñada, y para esto debe hacer el reemplazo de una profesora enferma en un curso de pollos a punto de titularse, es decir, morir.
Este ofrecimiento se lo hace un militar, amigo de un director de una escuela vecina, y ocurre justo luego de escuchar la confesión de un soldado que aparece sorpresivamente detrás de un biombo y le cuenta un macabro rito de iniciación sufrido recientemente: el recluta está desnudo, del pene le cuelga un hilo de crema que no para de gotear, tiene cara de drogadicto y en el pecho un hueco del tamaño de una manzana. Su malogrado estado de salud se debe a un rito de iniciación realizado por un superior que le ha succionado el pene hasta sacar, por esta vía, toda la leche de burra que había ingerido unos minutos antes.
A partir de este momento el absurdo pareciera no dar pie atrás y su gracia –a mi juicio su principal gracia– es que se atraviesan situaciones irracionales una tras otra, sin dar tiempo para reflexiones existenciales, sin detenerse en la alegoría y abrir la interpretación a lo alegorizado, sino más bien para quedarse en la imagen misma, en el poder de la escena ingeniosa y grotesca en extremo, a veces tan absurdas que llegan a desafiar toda verosimilitud. No es fácil, por ejemplo, imaginar a un mojón vidente, hablando, como el único ser que pareciera tener corazón en toda la historia, o a estos profesores, intentando verdaderamente aplicar pedagogías y planes y programas actuales en un grupo de pollos. La habilidad discursiva del narrador personaje es notable, un yo asombrado como nosotros por lo que ve, pero no tanto como para cuestionarlo, y entonces puede avanzar por las distintas experiencias al igual que Alicia, en un país horroroso, con una lógica definida pero indescifrable, una lógica matemática que funciona sólo en ese espacio con perfecta normalidad, en ese lado de allá, aboliendo toda capacidad de sorpresa y así nunca perder la cordura en lo irracional.
Son pollos, chanchos, jotes, gallinas los que aparecen en esta historia, y es muy graciosa la forma en que el autor consigue anular la alegoría pues nuestra jerga chilena se permite tantos animales para nombrar al otro. Entonces cuando dice gallina, no se refiere a una persona cobarde, sino que se refiere a una gallina, y cuando el narrador dice pollo, no son sujetos frágiles, inseguros, sino que, literalmente, son pollos. La zoolalia chilena (permítaseme el neologismo, si es que lo es) ha permeabilizado nuestro lenguaje de animales como sustantivos para nombrar a cualquier grupo como caricaturas. Son famosos los dibujos de Lukas a este respecto, su Bestiario del Reyno de Chile, una especie de manual al estilo científico del XIX, donde un cronista-especialista hace un  inventario de las bestias que observa: los gallos choros, las gallas vacas, apolilladas o como la mona, o las posibles cruzas existentes de estos animales locales.
Porque en Chile así se nombra a la gente, pero en Piel de gallina, cuando el narrador dice “entré a la sala, saludé a mis pollitos, abrí las ventanas”, los pollitos son tan literalmente pollitos, no son alumnos apollados o pollos alumnados, son pollos a secas, lo mismo con la piel de gallina, los mojones y las cabezas de chancho, y, lo mejor, el profesor no es un héroe, en el sentido más conservador de la palabra, como sí puede llegar a serlo en la realidad.
¡Que gusto leer algo que recuerde la pluma de Juan Emar!, esa sensible forma de armar fábulas donde el sentido es atribuido por el mismo texto, por el placer de leerlo, con plena sobriedad, sin poetizaciones, a ese mismo Juan Emar que Neruda llama “el Kafka chileno”, en un tono de homenaje loable pero tan equívoco: Emar es el autor que es precisamente por su capacidad de liberarse en buena medida de esa carga trágica y existencial de la alegoría Kafkeana, alegoría con mil claves de entrada y de salida, pero alegoría al fin.
Entre Emar y Kafka entonces, pues en el libro sí hay una evidente alegoría con el sistema educativo actual, fundamentado en el modelo fordista de la fábrica implementado en Chile al pie de la letra, con símbolos como jotes rondando en círculos sobre la cabeza del profesor, el jefe como chancho, y entonces la interpretación contundente al estilo Pink Floyd en donde hay evidentemente una crítica ácida a la sociedad, que la dictadura y la post dictadura, que el sistema educacional chileno, y un larguísimo etcétera, pero insisto, logra huir del pathos quejumbroso conservando un espíritu de sueño, la arbitrariedad de los diálogos, la risa ante lo patético, la angustia de ver al profesor pero  poder substraerse de una perorata del bien y el mal, de todo afán educativo y disfrutar del grotesco porque sí. El epígrafe de la novela es notable y quizás constituye una declaración de principios: “absurdo, sólo tú eres puro”, de Cesar Vallejo.
Pero, ay! El final… Por todo lo ya dicho, creo que al libro le sobra una página, pues el absurdo, la fantasía, el azar, las imágenes al final no son ya porque sí sino que tienen su razón de ser. Los pollos no son pollos, sino que son sueños de pollos, y al explicarlos dejan de tener la libertad que habían ganado y pierden algo del brillo tan bien logrado. Es cierto que este final se adelanta, pero hubiese terminado el libro antes, para que ese efecto delirante no se racionalizara. En fin, dejemos tranquilo al pobre profesor en su silla de ruedas.

P.D.: Felicito a tan buen dibujante.

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